
Afuera, en la parcela, entre los zurcos de tierra y después de haber ayudado en el riego, me tiro bajo un chabacano, y entre su follaje, el sol quiere entrar a fuerza. Ilumina todo lo todo que hay por aquí cerca, un cardo blanco y otro rosado, unos girasoles y una lantana silvestre.
Las abejas, mariposas y libélulas celebran el toque de agua que llega hasta los arbolitos de manzana y que se pasa por entre los zurcos. Algunas aves merodean el lugar y a lo lejos se ven los conejos que también quiere acercarse, con tiento, porque el señor Milano de hombros blancos vigila su peral.
Cabalgo en La Gitana, una yegua alazán, por la parcela y al sentir el viento en la cara y admirar el paisaje, me evoca tu respiración. Después de un buen rato, lo dejo alimentarse. La hora de la comida ha llegado, sin embargo algunos mosqueros ya han empezado su bufet. Y yo apenas empiezo a elaborarlo . . .
Cae la tarde y con ella, el atardecer, acostada entre los zurcos, sentir la tierra fresca, olerla es ya vida. Con los brazos extendidos, cual aura tomando el sol, me cargo de energía; Lakmé suena diferente.
A este cielo azul brillante lo acompañan unas bellas y esponjocitas nubes blancas blancas y el atardecer al frente, maravillándolo todo, iluminando las montañas de alrededor.

Pasa un camaleón muy cerca, su color evoca tu tono de ropa, con la que te vi por última vez. Se fue.
La noche va cayendo y con ella Nessum dorma le hace segunda. El cielo ahora es más oscuro y totalmente estrellado, como nunca se verá en la ciudad. Y a cada una le pido por ti, más que por mi.
El aroma del té de poleo y la cena hacen que la ausencia sepa y huela rico. Los colores que pintaron mi día, van cambiando por otros tonos.
Todo es casi silencioso, algunas lechuzas se oyen a lo lejos, los grillos cerquita y, aunque no lo crean, unas luciérnagas, acompañadas de la luna iluminan mi espacio. Tomo el celular, y sí, ahí sigues. Lejos.
Duerme rico.
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